Me han dicho que alejarse de alguien –cortar, quebrar, divorciarse para los más legales, botar, cambiar, y todos aquellos sinónimos que puedan utilizarse para indicar que de nuevo uno está solo (o bueno, está más solo que antes) – es valentía.
Yo lo dudo.
Hacerse a un lado por las razones que sean no es valor. Es una mezcla de orgullo, de dignidad, de necesidades insatisfechas, de asumir decisiones y las consecuencias de estas.
Es tristeza, por que aunque el día a día sea una eterna diatriba, la diatriba hace falta. Y los recuerdos son inmisericordes.
Uno puede decirse y decirle al mundo una infinidad de razones: la cosa ya no va, tanto pleito, de pronto lo que uno siente no es suficiente para dos –nunca lo es–, por que merece más, por que espera más, por que han cambiado...
Pero al fin y al cabo es como dice Mario Benedetti: “Para estar total y completamente enamorado uno necesita saber que es querido, que inspira amor”.
Ahí no hay valentía.
Es la necesidad de saber que alguien allá afuera en el amplio mundo piensa en ti y te necesita en su vida.
Es, quizá la necesidad de sentirnos parte de algo. Parte de alguien.
Y, de pronto, un día te das cuenta que habías sobreestimado el dolor, la tristeza y la soledad. De pronto, un día te da cuenta de que incluso estás mejor.
De pronto, un día te das cuenta que esa decisión era la correcta.
Pero, igual, sigo sin ver dónde está la valentía.