No lo supo cuando se sentó a su lado.
No lo supo, a pesar de que repetía incansablemente que era bruja. Lo creía con vehemencia, pero en el fondo sabía que esa forma de adelantarse a los eventos era simplemente su extraña habilidad de distinguir con claridad lo lógico, lo inevitable, lo que muchos llamarían fatalidad.
Pero en otras ocasiones, la casualidad y el azar se conjugaban inexplicablemente para cumplir sus extravagantes “visiones”.
Le bastaba recordar sus monótonos años en un colegio de monjas, en los que a media clase de física, con el mamotreto del libro de texto frente a ella, abierto con ejercicios que jamás volvería a ver; por que al fin y al cabo no admiraba más a Arquímedes cuando apretaba el tubo de la pasta de dientes o cuando se la pasaba flotando en cualquier piscina; recordaba esos años con la mirada perdida en el vacío de la ventana con el pensamiento absurdo de “quiero que tiemble, hace días que no tiembla” para que un par de segundos después sostuviera esa biblia matemática sobre la mesa del pupitre y evitar así que la lógica de Doppler se estrellara en el piso con el bamboleo de la tierra.
En el egoísmo de sus tardes se martirizaba pensando en los deseos que desperdiciaba con esas peticiones absurdas, tratando de escapar del tedio de las clases después del almuerzo.
Pero ese día no presintió que el tipo a su lado no era lo que quería, aunque era muy parecido. No previó que él le daría oportunidad de atisbar aquel estado que deja al corazón en calma y pone una sonrisa boba. Tampoco percibió el leve cambio en la arritmia de sus latidos, a pesar de que lo encontró interesante.
Con una sonrisa lo archivó todo y puso atención al juego de damas que casi terminaba. Así, el hombre con barba de rey mago y risa de cohete entró en su vida pausado, sin prisas. Llegó con el peso de su historia y su pasado, sus miles de preguntas, sus explicaciones, sus besos suaves, reposados, y el conocimiento exacto de esa cosa tan efímera que llaman felicidad.
Para ella el destino los había traído, tras una serie de eventos específicos, hacia el preciso momento y lugar en que debían conocerse. El espacio y el tiempo los había preparado para encontrarse, y a pesar de la negación, la frustración y las circunstancias no podía escapar de los designios del fatum.
Ambos sonrieron y ese simple gesto los conectó. Compartían su afición por el fútbol y la música y perdían la noción del tiempo cuando charlaban. De pronto, una tarde, un cigarrillo y una cerveza los acercaron lo suficiente para que sus corazones se hablaran.
-Esta plática la debimos tener antes…-trató de explicarse y explicarle él.
-¿Crees?-sonrió ella
-¡Sí!-gritó en medio de la risa y lanzándose sobre ella, la abrazó y tuvieron su primer beso, sin planearlo o esperarlo.
En ese momento, temblando de pies a cabeza, creyó que quizá no volvería a sentirse así con nadie más y se dio cuenta que podía amarlo.
-¿Qué voy a hacer contigo?-preguntaba él de vez en cuando, recordando en silencio que no podía tenerla.
-¡Todo!-le contestaba ella, sin dudas, resuelta a enfrentarlo, con todas las defensas por el suelo, comprometida con esa historia.
-Todo es todo-explicaba sereno-incluye lo bueno, lo malo…
-Ya lo sé-replicaba con el corazón enardecido con esa valentía estúpida, de la que no lleva a ningún lugar.
-Es que tu todo no es todo, es una parte-replicaba él, convencido de que ella no podría enfrentarlo Todo.
-¡Mentira!-y comenzaba otra vez esa discusión infinita entre ellos…
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