Pero eso pasó hace mucho tiempo…mucho, mucho tiempo. Ahora me correspondía a mí arreglar mis cosas antes de irme. Vacié los armarios de la vieja casona que heredé de mi suegra, y repartí toda la ropa a los empleados y a la iglesia.
Me aseguré que los papales de mis hijos estuvieran en perfecto orden y le di la revisión final al testamento. Procuré dejar las matas de rosas bien abonadas, para que su aroma los acompañara durante un buen tiempo; y le di a Luz, mi nieta, los álbumes familiares donde está la historia de su sangre. Se los di a ella porque estoy segura que es la única capaz de entender y cuidar a esta familia de locos, poetas y despistados.
Y así entre esos trámites mundanos y espirituales fueron floreciendo las rosas, una a una, hasta que no faltó más que la última. Mi labor en esta tierra había terminado y mi sombra había desaparecido por completo.
Primero fue un leve temblor, como un titubeo entre estar y no estar. Luego se fue desvaneciendo por partes hasta que poco a poco fue convirtiéndose en una piltrafa descolorida.
Aquel espíritu perverso que tanto me atormentó en los rincones de mi infancia apareció de nuevo para hacer las pases conmigo. Entró silencioso por la madrugada, y se quedó en una esquina de la habitación. Por primera vez en la vida me alegró verlo. Sabía que desde ese momento compartiríamos mucho tiempo juntos y que al final conocería quién era.
Más tarde llegó mamá. Entró sonriente como en mis sueños, y se acomodó junto a mí en la cama. Con su voz suave, la misma con la que me anunció los hechos importantes de mi vida, me dijo:
-El último botón ya se abrió. Despídete, es hora.
Ay!! ¿qué más pasa? ¿qué más? EStaré pendiente de la tercera parte.. ¿o no hay? :(
ResponderEliminarMe tenés con el almita en un hilo. Dale, me gusta la suavidad con la que contás.